La piel es el órgano más extenso de nuestro cuerpo. Está íntegramente expuesto al exterior, por lo que su estado determinará nuestra apariencia y la forma en que las demás personas nos perciben. Además del ámbito puramente estético, la piel constituye la barrera que protege nuestro organismo de las agresiones del medio externo, por lo que de su correcto mantenimiento dependerá en gran medida el funcionamiento de nuestro organismo. Por un lado evita la pérdida de sustancias fundamentales y por otro la entrada de agentes agresores como los microorganismos o los agentes químicos. Además nos permite regular con exactitud nuestra temperatura corporal gracias a mecanismos como la vasodilatación-vasoconstricción y la sudoración.
Por estos motivos es importante elaborar un programa de cuidados que nos permitan mantener nuestra piel en unas condiciones óptimas. Para ello el dermatólogo debe hacer un estudio pormenorizado de la piel de cada paciente y establecer un tratamiento individualizado que se adapte a las necesidades y posibilidades del paciente basado en las últimas investigaciones científicas y en la experiencia clínica. Los principales agentes utilizados en estos tratamientos son derivados de la vitamina A (tretinoína y retinol), antioxidantes, agentes reparadores del ADN, agentes anti-inflamatorios, factores de crecimiento, hidroquinona, etc. que empleados a determinadas concentraciones han demostrado proporcionar actividad intracelular, efecto terapéutico, beneficios anti-inflamatorios, activación de la función celular y mejora de la función de barrera. De esta forma conseguiremos mejorar la calidad general de la piel, su integridad, su vitalidad y su idoneidad para cualquier otro procedimiento.
Con el fin de adaptarse a los cambios que se vayan produciendo en la piel, como respuesta al tratamiento pero también de manera fisiológica, conviene realizar revisiones periódicas.